La revelación del Arte Mediático.

Por Fernando Martínez Agustoni

Para que algo pueda ser reconocido como arte, la condición de la novedad, podría llegar a ser necesaria, pero de ningún modo resulta suficiente.

No obstante, es común una práctica ontológica que se subsidia de la novedad, la originalidad, la transgresión, la exoticidad, etc., atributos cuya sola presencia parece legitimar el ser artístico, valorando las nuevas operaciones, los nuevos lenguajes y hasta nuevos fines.

Es cierto también que existen otros atributos, tal vez menos susceptibles de alcanzar una aceptación universal e inherentes a otra condición suplementaria del arte: la de instituir la acción creadora del ser humano, con cierto aire de olvido de la imagen y semejanza que la origina. Esta manifestación conlleva el acontecimiento de la revelación, es decir la condición de que en el acto artístico, algo sea revelado.

En una acción poética /profética, el artista trae la imagen a los hombres, acercándolos a otro mundo, al de la idea o al de lo divino, y parece lógico aceptar que, artista, forma y medios, deban estar al servicio de lo revelado, poniéndolo al alcance de aquellos.

Pero más allá de esta concepción del hecho artístico, se hace hoy necesario practicar la observación en lo que respecta a las estrategias que se procesan a la hora de la proyección de la producción artística al mercado del arte tradicional, en tanto a partir de ellas, es inducida la aparición de variedades mutantes, que buscan su nicho en un sistema de las artes, cuya complejidad ha alcanzado un nivel tal, que formas de acumulación no-críticas proliferan, avanzando sobre las modalidades que operan selectivamente sobre la base de ciertos criterios.

Es en torno a esta cuestión de los criterios, procurando una aproximación a un estado de cosas actual, y eventualmente con fines prospectivos, es que circunda la especulación teórica en materia artística de nuestro medio.

Esta proposición preliminar, invita a la reflexión en torno a la tentación reduccionista que significa la inauguración de una categoría a partir del uso de un medio determinado, una cuestión que nos retrotrae a las conversaciones mantenidas con Sixfrid Zielinski, en la visita que hiciera a Montevideo hace algunos años. En ellas, recurrentemente hacía referencia a algunos conceptos alternativos al de Arte Mediático, como ser el de Arte a través de los Medios o de Arte con los Medios, por los cuales se advierte la necesidad de establecer que el acontecimiento artístico prevalece sobre las formas que lo propician.

Por otra parte y en un sentido muy próximo, los cuestionamientos de Roy Ascott van desde considerar o no el Arte Mediático dentro del campo de las artes visuales, hasta la consideración de que el arte en forma genérica, tiene como objeto la construcción de la realidad y aun de nosotros mismos.

En este mismo sentido de reflexión abordamos esta aparición del Arte Mediático, que por un lado adopta la forma de irrupción en su aproximación a la institución artística tradicional como categoría que se desarrolla en las últimas décadas del Siglo XX y al mismo tiempo, y en una dimensión que trasciende el espectáculo, conlleva el fermento de lo que ha de venir.

Si bien es cierto, que desde una perspectiva macluhaniana , el medio es el mensaje, también es cierto que el acontecimiento artístico implica, más allá de un mensaje, una experiencia, que trascendiendo lo semántico, se torna en exploración de las fronteras de lo estético.

Esta experiencia no es precisamente la que puede ofrecer un novum tecnológico, pero en el mensaje que éste conlleva como medio, se reeditan, bajo la forma de prestación consecuente, algunos acontecimientos conceptuales ya anunciados por el arte en sus versiones pre-electrónicas.

Tales acontecimientos se configuran como formas de transgresión de aquellas nociones fundantes de la tradición de la institución artística. Así, si bien es cierto que la reproducción digital constituye una variante singular de la consabida reproductibilidad técnica benjaminiana, en tanto los medios electrónicos no permiten distinguir entre original y reproducción , e igualmente sus procesos ponen en cuestión el concepto de autoría en lo que respecta a la intervención de la mano del artista, es también cierto que algo similar ha venido ocurriendo desde Durero a Vassarely. Y cuanto más ha ocurrido, en relación con la cuestión de la autoría y la originalidad de la obra de arte, a partir de la temeraria modalidad apropiacional de Sherry Levin, cuando la artista estampa su propia firma en las imágenes que son fiel reproducción de obras de consagrados artistas. Incluso muchos acontecimientos han sido transplantados al ámbito de las artes visuales prescindiendo de la figura del artista, tal cual se la concibe comunmente.

Luego del arte conceptual y el arte de acción es claro que la desmaterialización del arte y las formas interactivas no requieren un subsidio mediático singular para ir más allá de la convencional relación productor - objeto -receptor.

En definitiva, cuando una nueva categoría, como la que se configura en torno a la idea de Arte Mediático, surge justamente en la era de una disolución de las categorías, generada a partir de la tensión centrífuga inherente a toda actitud innovadora, se hace necesario concienciar los procesos que tienen lugar.

A través de esta toma de distancia reflexiva sin duda podremos avistar la manifestación de aquellas estrategias de subversión y de conservación, a las que se refiriera el recientemente fallecido Pierre Burdieu, y que son promovidas por distintos actores del campo artístico.

Si bien es cierto que se señala frecuentemente la compleja situación que se origina a la hora de comercializar los productos del arte mediático o de establecer los derechos de autoría inherentes a estas nuevas fomas de producción, la consideración de la alternativa de las series numeradas a la usanza de las obras gráficas, y con carácter limitado, despeja de algún modo la problématica que surge a partir del uso de los medios electrónicos, fundamentalmente en lo conceptual. Esto es que el uso de dicho recurso resulta por demás elocuente en virtud de su antigüedad, invitándonos a enfocar la observación a fenómenos estéticos que ligados a los nuevos medios, tienen lugar en el ámbito social.

Las dificultades en la presentación y recepción de los productos del Arte Mediático en los espacios convencionales de las artes visuales, se constituyen ni más ni menos que en la expresión inevitable de su emergencia prematura.

 

 

No obstante, lo que fundamentalmente nos interesa señalar, en lo que respecta a la producción artística con o a través de los medios, es la relevancia de considerar todo aquello que no puede ser alcanzado por los mecanismos tradicionales de prospección de la institución artística, y que se produce al conjugarse la pulsión consumista de la sociedad actual, las formas sub-culturales que practican las tribus urbanas y las nuevas tecnologías, en tanto es en esta dimensión en la que se procesan singulares modos distribución y recepción en lo que a la experiencia estética se refiere, y seguramente, en virtud de que es muy probable de que lo que ocurra con este tipo de producción artística,( y entiéndase que en esto tampoco escapa a los antecedentes que la Historia del Arte presenta), es que lo esencial de ella responda a una lógica diferente, que se desnaturaliza al procurar acoplarla a los circuitos del arte institucional.

Pues más allá de la manera en que el Arte Mediático se presenta en el contexto tradicional de las artes visuales, requiriendo del sustento de alegatos ligeros, subsiste la otra concepción de Ascott a partir de la cual un mundo posible se despliega ante nosotros, y tal vez un nuevo nosotros, que se proyecta a partir de todo cuanto la tecnología promete, pero aún no ha cumplido. Y siendo fiel a la idea del comienzo en lo que respecta a la condición reveladora del arte, es justamente a través del propio arte, que se revela la condición ilusoria de un anhelado tiempo real, dejando ver su simple condición de tiempo tecnológico en el transcurso del cual solo tiene lugar un sueño, y fundamentalmente porque no hay nada menos real que el tiempo.