Propuesta-proyecto
"Instalación web"
pensado para
la sección de net.art de la Bienal del Mercosur
En un ambiente blanco grande
casi sin luz de aproximadamente de 4 metros x 4metros x
4metros, un PLC
(Controlador Lógico Programable) enciende según esquemas establecidos
de tiempo, electrodomésticos colocados en pequeñas repisas
individuales en el piso, techo y paredes de la habitación.
( 255 en total, si es posible).
De esta manera se crean
distintos "clímax" a partir de grupos de estufas,
radios, ventiladores, licuadoras, linternas, aspiradoras, planchas a
vapor, lámparas, aromatizadores de ambiente, tubos de luz, televisores,
etc.
El PLC
esta colocado en la pared del fondo de la habitación y de el salen
colgando todos los cables que encienden o apagan los electrodomésticos.
El
visitante recorre un camino hasta quedar en el centro del cuarto el
tiempo que desee y luego sale por el extremo opuesto.
Este mismo espectador, si lo
desea, puede "programar" en una PC colocada en
la entrada de la habitación por medio de una interfase
visual muy simple, nuevas combinaciones, en el lugar
mismo , o por medio de Internet.
(Un programa llamado "Intelucion"
que permite la programación de entradas y
salidas del PLC
lo permite).
De esta forma el visitante real o
virtual modifica continuamente la obra.
(Por Internet la programación termina
con una serie de días y horarios en los cuales el
"visitante-programador" puede ir a ver al lugar de exhibición
el resultado de su propuesta).
net.art
El
último paso en la pérdida del “aura”
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Como
lo expresa el término, el net.art o arte de la red tiene que ver
con Internet, la gran red de comunicación que está influyendo de
forma imprevisible en nuestra cultura. Este nuevo género del arte
representa el último paso de un proceso que comenzó a fines del
siglo pasado con los impresionistas y cuya dinámica a lo largo del
siglo XX ha tenido que ver con el desarrollo de las tecnologías de
reproducción de la imagen.
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El
net.art no es la simple reproducción de obras de arte para ser
vistas en Internet, como en el caso de las galerías o de los museos
virtuales, sino que se trata de un arte especialmente diseñado para
la red. Buena parte del mismo se ha originado en el diseño gráfico
porque fueron los diseñadores quienes primero dominaron,
manipularon y desarrollaron los programas gráficos para
computadoras. Pero rápidamente se ha distanciado de aquél para
acercarse a una estética tecnológica
dirigida hacia la interacción con el navegante o el usuario.
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La
nueva dimensión virtual que es Internet se asemeja cada vez más a
una especie de microcosmos con códigos y leyes propias. El net.art
es el arte de ese microcosmos, centrado en el interfaz
(conjunto de comandos del sistema operativo, íconos,
formatos de presentación gráfica y otros artificios provistos por
una computadora o un programa) como objeto y receptáculo.
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Algunas
obras
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Sin
duda unos de sus pioneros más emblemáticos es el dúo Jodi (Joan
Heemskerk & Dirk Paesmans), quienes utilizan a discresión la
imagen del código al desnudo, los volcados de procesos
informáticos, las ventanas, los
pequeños íconos de Macintosh y todos los elementos
gráficos propios de la computadora. Además de sobrecargar el
navegador del usuario con metacódigo html
(conjunto de símbolos “markup”
instalados en un archivo con el objeto de ser exhibido en un browser
de Internet) y JavaScript (programa especial de la firma Netscape utilizado en los
sitios Web), Jodi hace uso de una estética conceptual provocativa
que es considerada agresiva por muchos usuarios. En “day.66” se
abren y se cierran gran número de ventanitas a gran velocidad sobre
la pantalla, en un flujo que adquiere a veces una dirección
diagonal de acuerdo a la intervención que tenga el navegante con el
mouse. El flujo es totalmente aleatorio, imprevisible, y no puede
ser detenido. La erupción nerviosa toma el control del browser
(programa con el cual se puede hojear e interactuar con toda la
información de la World Wide Web)
y la única forma de cerrar el programa es apretando ALT + F4 o
reiniciando la computadora.
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“L.O.S.T.”
es una propuesta más naturalista del checoeslovaco Hervé Graumann
que puede ser vista en el sitio de Documenta.
En la pantalla negra hay sólo un círculo blanco. Al mover
el mouse el círculo se mueve como un haz de luz proyectado en la
oscuridad por una linterna. Debajo de la oscuridad hay un texto que
puede ser leído si se lo recorre con la luz. Haciendo clic el texto
se disuelve y se abre un hipervínculo (conexión entre cualquier objeto de información y
otro) que lleva al navegante a otros espacios oscuros donde a su vez
siempre hay focos de luz que pueden ser utilizados para leer otros
textos escondidos.
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El
sitio español Aleph
tiene, además de un excelente diseño, varias obras interesantes.
“1.000 000” es allí un proyecto colectivo que al igual que los
de Jodi toma poseción de su computadora. Decenas de ventanitas con
la animación fotográfica de una boca que tira un beso comienzan a
abrirse y a sobreponerse unas a otras hasta llenar toda la pantalla
del monitor. Si se maximiza una de ellas, de la nueva ventana
continúan surgiendo nuevas bocas y así sucesivamente como en un
sistema de cajas chinas. Al mismo tiempo un contador cuenta el
número de bocas que van apareciendo. El efecto de todos esos labios
moviéndose y multiplicándose, dirigidos hacia el navegante, puede
resultar impresionante.
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En
el mismo sitio se accede a la obra de Ricardo Echeverría y un grupo
de colaboradores. Se trata de un trabajo de largo aliento, especie
de relato que combina multiplicidad de enlaces (hipervínculos),
juegos gráficos, animaciones, textos (que incluyen hasta un
programa para hacer poesía) y criptografías. El navegante tiene
allí un gran espacio de interacción.
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“Branderburg
3”, de Sylvia Molina y colaboradores, puede encontrarse en el
sitio Connect-arte. Se trata de
un estudio de los 9 primeros compases del concierto Nº 3 de Bach en
donde la artista elabora una partitura gráfica como resultado del
estudio de los módulos de las tres voces que aparecen en el arreglo
para piano.
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Otro
interesante trabajo sonoro de net.art es “6L6”, del uruguayo
Brian Mackern. Mackern utiliza como metáfora de interfaz
la grilla de las legendarias válvulas 6L6, utilizadas por los
amplificadores de los años 60/70 para alimentar su etapa de
potencia. Esas circunferencias de Mackern están rodeadas por
pequeños círculos (“pines”) numerados. Al hacer clic en cada
uno con el mouse, el usuario puede ir activando o desactivando
diferentes loops sonoros
(secuencia de sonidos que se repite hasta que se alcanza una cierta
situación que modifica la secuencia) y componer así su propio
paisaje musical
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También
el uruguayo Alcides Martínez Portillo utiliza con fluidez la
música en sus obras. Su obra de net.art más ambiciosa hasta el
momento es “Laberinto”. Como su título lo dice, se trata de un
laberinto meditativo en donde música, textos e imágenes animadas
crean un recorrido aleatorio del cual es casi imposible salir. Como
Jodi, también él se apropia del browser
del usuario, aunque de una manera mucho menos brutal. Martínez
Portillo ha llamado a esta obra “ready made informático” y como
muchos artistas del net.art su noción de autoría es ambigua o
francamente transgresora. Al principio de “Laberinto” puede
leerse que ella es una “Apropiación,
reensamblaje y descontextualización de íconos de la red”.
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La
pérdida del aura y la fotografía
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La
reflexión sobre las transformaciones que se producen en la obra de
arte a causa de la aparición de nuevas tecnologías de la
comunicación se inaugura en 1936, cuando Walter Benjamin publica La
obra de arte en la era de la reproductibilidad técnica. El
ensayo estaba todavía orientado a salvaguardar la autenticidad del
arte frente a la amenaza masificadora que representaba la
reproducción técnica. Para Benjamin, el universo de la obra era
opuesto al de su reproducción y no cabía la posibilidad de
confundirlos. La obra de arte se caracterizaba por ser única y
auténtica, lo cual la hacía poseedora de un “aura” que la
vinculaba a un aquí y ahora irrepetibles. El creciente desarrollo
de los medios de reproducción fotomecánica, con la consecuente
inundación del mercado de reproducciones impresas de obras de arte,
impulsaba la difusión de un conocimiento artístico desvinculado de
la sensibilidad por el original y este hecho se traducía
naturalmente en una “perdida del aura”.
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Sin
embargo, a partir del desarrollo de la fotografía el proceso de
acercamiento constante entre ambos mundos va a tener consecuencias
muy importantes en la experiencia artística. La fotografía se
convirtió rápidamente en el instrumento de reproducción por
excelencia, siendo indispensable en la producción de revistas
ilustradas y catálogos –medios principales de difusión del arte–
al mismo tiempo que ella misma se orientaba hacia una práctica
artística. El arte como institución absorbió a la fotografía y
le aseguró un rango de artisticidad secundario a condición de que
garantizara la distinción entre reproducción y original.
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Los
artistas conceptuales
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Pero
eso no iba a durar mucho tiempo ya que la fotografía contiene en su
naturaleza una gran fuerza desestabilizadora. La posibilidad de
discernir entre original y reproducción está en contradicción con
la propia ontología de la imagen técnica, que es comunicar como
multiplicidad irreductible sin vincular su existencia a la
autenticidad aurática de lo que es singular, único e irrepetible.
Por eso el verdadero ingreso de la fotografía en el campo del arte
contemporáneo se produce cuando abandona los tics de la pintura
y desarrolla su propio lenguaje a partir de sus valores
específicos y su potencial técnico. Y esto ocurre recién con la
primera generación de artistas conceptuales en los años sesenta.
Los conceptuales acabaron con la cursilería pretensiosa de la
fotografía artística y la pusieron a explotar su potencial
antiartístico. Como se sabe, comenzaron a servirse de la
fotografía como documento de sus acciones y del comportamiento
cotidiano, al mismo tiempo que exploraban un medio técnico que
ponía la capacidad de producción de imágenes al alcance de
cualquiera. Pero no era solo que esos jóvenes imitaran a la
fotografía popular impulsada por Kodak para cuestionar su
artisticidad; con ello se adentraban también en el terreno de la
negación de la autoría.
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Fragmentación
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De
manera más o menos consciente, la colisión entre obra y
reproducción técnica (expresión en la que también puede
incluirse a la actual tecnología de los nuevos medios
audiovisuales) fue desde el impresionismo un objetivo crítico
perseguido por los artistas como modo de atentar contra la
estabilidad aurática de las obras. Ya en las pinturas de algunos
impresionistas aparecieron a fines del siglo pasado los primeros
rasgos de fragmentación de la imagen. Los pintores “puntillistas”
Seurat y Signac llevaron aquella tendencia a una investigación casi
científica. Apoyados en los trabajos de físicos como Helmholtz,
Maxwell y Rood practicaron la mezcla óptica (la aplicación sobre
la tela de pequeñas manchas contiguas de colores puros que el
propio ojo del observador combina formando los diferentes matices)
mucho antes de la invención de los métodos fotomecánicos de
separación de colores y de la transmisión electrónica de
imágenes que funcionan básicamente con el mismo principio. Esta
aventura en la que se embarcaron adquiriría más adelante, con el
cubismo y el futurismo, rasgos aún más radicales de
fragmentación. Pero todavía se trataba de un proceso pictórico
que conservaba el “aura” de la obra irreproductible.
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El
net.art es en cambio heredero directo de las tecnologías de
reproducción de la imagen. Su irrupción supone por tanto un cambio
radical en el estatuto ontológico de la representación porque con
él la fragmentación se vuelve un componente intrínseco de la
imagen. Como dice J. L. Brea “Lo característico de la imagen
técnica es que mantiene la tensión irresuelta de la composición
fragmentaria, pero ya no se obliga a dejar testimonio de la
condición inorgánica de la composición.” (“net.art: no arte,
en una zona temporalmente autónoma”,
publicado en Aleph. Arte y
pensamiento contemporáneo).
En este sentido, podemos encontrar obras de net.art que se
presentan con una apariencia de unidad orgánica pero que ante la
interacción del público navegante solo pueden desenvolverse de
manera fragmentaria.
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Rasgos genéricos
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A
pesar de la participación de algunas obras de la red en la última
Documenta de Kassel y de la reciente instauración de algunos
festivales (Formart en
Ljubliana y Ars Electronica en Austria) el net.art ocupa todavía una zona marginal,
tanto del arte como de la misma red. Ese carácter marginal lo ha
resguardado hasta el momento de la ambición de alcanzar a un gran
público, por lo cual los artistas de la red se dirigen a menudo
directamente a un círculo de amigos e iniciados.
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Emparentado
y a menudo en estrecha connivencia con crackers
(piratas de la red), ciberpunks y ciberanarquistas, es muchas veces
tan anómalo como anónimo. Muchas obras son sólo una dirección
sin autor o el nombre de un proyecto.
Detrás de ese nombre hay a menudo un grupo de trabajo, lo
cual expresa otro de sus rasgos, que es la propensión a la
producción colectiva. Pero el rasgo más transgresor es quizás el
cuestionamiento global de la autoría. Es común que los artistas de
la red se apropien libremente de toda la iconografía a la que
puedan tener acceso y la adapten a los fines de su propia obra sin
preocuparse siquiera por citar la fuente. El carácter
virtual/inmaterial de la obra, la inexistencia de un soporte que se
desgaste, así como la posibilidad constante de manipularla y
reciclarla, hacen de ella a menudo un elemento transitorio.
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En
el artículo citado, J. L. Brea distingue en el net.art otros dos
rasgos esenciales: su carácter escritural deconstructivo y la
dimensión temporal interna. En el primero se da una colisión entre
imagen y texto que hace que las imágenes deban ser leídas como si
se tratara de escritura jeroglífica y donde los textos en sí
mismos son tratados como imágenes. Esa colisión, característica
de las economías alegóricas y barrocas de la representación,
instaura un régimen que resiste toda convención de estabilidad y
fijeza de los significados. Así, la lectura de los signos depende
de el entrecruce que cada signo tenga con otros a lo largo de la
lectura y de su interacción textual. Este carácter de los
significados que operan deconstructivamente es muy evidente en el
ciberespacio, donde la obra se desenvuelve en la deriva intertextual
que es capaz de establecer a través del hiperenlace.
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El
carácter fragmentario (de inorganicidad implícita) como el
carácter de escrituralidad se proyectan en una temporalidad interna
de la imagen. Las obras de net.art no brindan su significado de modo
inmediato y pleno sino como apertura a un proceso aplazado de
interpretación donde sus signos se expanden en una temporalidad
significante. Ese tiempo interno de la imagen técnica proporciona
un espacio de narratividad en donde el navegante busca
dibujar el significado expandido de la obra abriendo las etapas
sorprendentes de un recorrido virtual con el cursor de su
computadora.
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Todos
los rasgos mencionados se dan simultáneamente con una total y
absoluta deslocalización espacial de la obra. El arte de la red no
acontece en lugar alguno sino que existe solamente como emisión y
recepción de una señal en una multiplicidad de lugares y tiempos a
la vez. Su razón de ser está más estrechamente ligada a la
reproducción que ningún género anterior, es su mismo soporte.
Así como el “aura” de Benjamin puede ser asimilada a una
localización temporal y espacial, la deslocalización ubicua y
sincrónica del arte de la red significa el último paso en la
pérdida del “aura”.
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Sergio
Altesor
viernes, 21 de enero de 2000
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